M., a los dieciséis, dedicó unos versos a C. que empezaban así: “Qué bonita te ves cuando sales al parque con tu chanel marrón…”. M. los había escrito en la última hoja del cuaderno de Historia en un rapto de amor que quedó impune: C. no los leyó jamás. A., -que era quien ponía al día los cuadernos de M. por algunas monedas cada semana-, sí. En pocos días más, C. será abuela por segunda vez. Se casó jovencísima con alguien que jamás fue M. Por su lado, M. está dedicado a la política y quién sabe si alguna vez olvidó a C. (en vez de ello, ahora juega al golf, -dicen- y tiene dos hijos). A., por su parte, está fregado: nunca pudo escapar a la gravosa traba de ese amor contrariado y, de tanto eructar versos en noches de vino, soledad y envidia, acabó perdiendo la razón.
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Jueves poner en bolsa de cuero papel doblado antes de ir a fiesta. Traje ceñido molestar en baile: Jueves sacar bolsa y dejarla a guardar con Amiga Fea. Amiga Fea, a escondidas, abrir bolsa y desdoblar papel de Jueves. Leer, sorprendida. Amiga Fea avisar Cabellos Negros lo que decir. Cabellos Negros suspirar, enamorada. Cabellos Negros esperar confiada. Esperar, tres días. Lejos, Jueves ignorar que destino estar ya escrito. Como papel.
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El último giro de sus manos él lo observó con especial detenimiento. Las manos de ella seguían dibujando –como antes- líneas delgadísimas en el aire al posar su vaso sobre la mesa. ¿Cuándo te irás?, ella preguntó. A este paso, nunca, le dijo él adorando, absorto, los vellos de sus brazos. ¿Y la historia que me ibas a contar…?, preguntó ella. Ahora mismo, dijo él y empezó: cliquiti cliquiti cliquiti.
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