viernes, enero 09, 2009

Romanza De JuanMa, Aquel Que Jamás Lloraba

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Las lágrimas en una mujer podrían entenderse como más comprensibles que las de un hombre, máxime si éste no tiene lugar desde dónde verterlas. Ahí radica la asimetría. O más que asimetría, una buena concha.
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El trayecto de JuanMa desde la casa a su trabajo mide exactamente cuarenta y tres minutos en bus. Llegar al taller con ojos de llanto fuerte e irreprimible debe ser inexplicable, de modo que pese al largo lapso, no hubiera podido. Junto a su torno, en la esquina más lejana, está expuesto a que pase cualquiera y le mire. Mmm-mmm, ni un sollozo se puede echar, si se piensa bien. El tramo hasta el concesionario de comida habitual tampoco encaja (la avenida es muy transitada y a la mujer del kiosco le extrañaría que un hombre de su edad le enrojezcan los ojos las lágrimas). Definitivamente sí. Fue una buena idea hacer que las lágrimas se confundieran con el agua de su ducha de la mañana. Eso le evitará, en lo sucesivo, andarse inventando artilugios para llorar sin que nadie se dé cuenta.
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(¿Y todo por qué?... Todo porque le contó que al chiquilín no le gustaban los huevos que ella le preparaba, sino los que hacía él en las mañanas luego de que se quedara a dormir. ¡Qué imprudente ella, por contárselo!)
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